El trabajo no es en vano: La obra del Señor
¿Sientes que tu esfuerzo por el Reino no vale la pena?
Hermanos amados, en medio de las batallas diarias, cuando el cansancio aprieta y las dudas susurran que nada cambia, escuchen esto: el Señor nos asegura que firmes en la obra, nada de lo que hacemos por Él se pierde. Como dice la Palabra, «así que, hermanos míos amados, estad firmes y constantes, creciendo en la obra del Señor siempre, sabiendo que vuestro trabajo en el Señor no es en vano» (1 Corintios 15:58). Hoy, queridos hermanos, vamos a meditar en esa promesa que nos levanta, porque el trabajo en la obra del Señor no es en vano, aunque a veces parezca que sí.
Queridos hermanos, me gozo en estar con ustedes una vez más, aunque sea a través de estas palabras, para compartir lo que el Espíritu nos ha puesto en el corazón. Hace unos treinta años que camino en los senderos del Señor, y créanme, he visto de todo: pruebas que quiebran, victorias que fortalecen, y momentos en que uno se pregunta, «¿para qué sigo?». Pero cada vez que abro la Palabra, ahí está Él, recordándonos que no somos nosotros los que sostenemos la obra, sino Su poder en nosotros. Hoy, basándonos en esa carta a los tesalonicenses que leímos juntos, y atando el cabo con lo que Pablo escribe a los corintios, quiero animarlos a que miren su vida con los ojos de la fe. Porque el Señor no nos llama a una carrera de velocidad, sino a una de perseverancia, donde cada paso cuenta para Su gloria.
Reconociendo la obra en medio del pueblo
Hermanos, empecemos por lo básico, como nos enseña el apóstol en 1 Tesalonicenses 5. Allí, Pablo no anda con rodeos; les dice a esos hermanos que reconozcan a los que trabajan entre ellos, a los que los presiden en el Señor y los amonestan. ¿Saben por qué? Porque en la iglesia, en el cuerpo de Cristo, no hay superhéroes solitarios. Somos miembros los unos de los otros, como dice la Palabra, y cada uno tiene su parte. Ustedes, queridos hermanos, ¿reconocen el esfuerzo de quienes los guían? No se trata de halagos vacíos, sino de estimarlos en amor por causa de su obra. Y al mismo tiempo, nos ruega que amonestemos a los ociosos, que animemos a los de poco ánimo, que sostengamos a los débiles y seamos pacientes con todos.
Imagínense eso en su vida diaria: en la familia, en el trabajo, en la congregación. Hay días en que uno ve a un hermano desanimado, y en lugar de juzgar, el Señor nos pide que lo levantemos. O a ese que anda ocioso, no con dureza, sino con amor que corrige. Porque, hermanos, el mal no se paga con mal; siempre sigamos lo bueno unos para con otros y para con todos. ¿No es eso la obra del Señor? Estar gozosos siempre, orar sin cesar, dar gracias en todo, porque esa es Su voluntad para nosotros en Cristo Jesús. No apaguemos al Espíritu, no menospreciemos las profecías, examinemos todo y retengamos lo bueno. Y el Dios de paz nos santificará por completo: espíritu, alma y cuerpo, irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo.
Yo les digo, amados, que en mis treinta años caminando con Él, he aprendido que esta no es una lista de reglas para cumplir a la fuerza, sino un llamado a vivir en Su presencia. Ustedes que me escuchan, ¿dónde están parados hoy? ¿En la ociosidad que Pablo amonesta, o en la constancia que Él bendice? Recuerden que el mismo Dios que nos llama es fiel para hacerlo. Oramos por ustedes, saludamos con ósculo santo, y esta carta —esta Palabra— se lee a todos los santos. Porque no es solo para Tesalónica; es para nosotros, para la iglesia en estos tiempos.
Firmes y constantes: La promesa que no falla
Ahora, hermanos, vayamos al corazón de lo que el Espíritu me ha mostrado hoy. Pablo, ese hombre que escribió a los corintios con tantas cosas por arreglar en esa iglesia —divisiones, inmoralidades, confusiones—, al final les dice: «sigan trabajando, no es en vano». ¿Ven? Aun cuando hay desorden, aun cuando uno tiene sus propios pecados que confesar y arreglar, el Señor no nos descalifica. No nos dice «para, hasta que seas perfecto». No, hermanos; nos dice «siga adelante, arréguelo con Mi ayuda, pero no pare la obra».
Porque, queridos, el trabajo en el Señor es eterno. No es como el del mundo, que se desvanece con el tiempo o el olvido. Es como esa semilla que cae en tierra buena y produce fruto a ciento por uno. Ustedes que laboran en silencio —quizá enseñando a sus hijos la Palabra, visitando a un enfermo, orando por un perdido—, no piensen que es en vano. Yo mismo me pregunto, después de treinta años: «¿Qué he hecho para Ti, Señor? ¿Cómo puedo mejorar?». Y la respuesta siempre viene: «Todo lo que has permitido en tu vida no ha sido en vano; has aprendido, te has fortalecido, has crecido en Mí».
Hermanos, el Señor no nos pone cargas más pesadas de las que podemos llevar. En esa paz, en esa tranquilidad, caminamos con Él. Como miembros del cuerpo, averigüen dónde los ha puesto: ¿mano para servir, boca para alabar, pies para ir? Hagan lo que les corresponde, unidos, y verán cómo la obra avanza. No por nuestra fuerza, sino por la Suya, que se perfecciona en nuestra debilidad.
Andar en el Espíritu: El secreto de la perseverancia
Amados, permítanme compartirles algo personal. En estos años, he visto cómo el andar en el Espíritu no es algo místico, de flotar por los aires. No, hermanos; es usar este cuerpo que Dios nos dio —estas manos para obrar, estos ojos para ver necesidades, esta boca para hablar vida—. Es un corazón dispuesto, preguntando siempre: «Señor, ¿qué quieres que haga? ¿Dónde puedo bendecir, aunque no tenga riquezas? Tengo mis manos, mis pies, mi voluntad».
Y todo, siempre, diciendo: «Gracias a nuestro Señor Jesucristo». Porque la gloria no es nuestra; es de Él. Como cuando la gente me dice «gracias» por una ayuda, yo les digo: «Mire al cielo, no a mí. La gracia es de Mi Señor». Toca el corazón, hermanos, porque el Señor pone en nosotros el querer y el hacer para Su buena voluntad. Así que, examinen sus obras: ¿dan gloria a Su nombre, o buscan aplausos? El fin no justifica los medios; aun las buenas acciones, si no son en Cristo, no agradan.
Pablo nos enseña: andemos en el Espíritu, no en la carne. Es un andar diario, con la mente en Cristo, la Palabra guiando cada paso. No es triste, no; es gozo que solo el Espíritu da. Y en ese andar, crecemos: no solo constantes, sino progresando, como el Señor crecía en sabiduría y gracia.
Reflexión Práctica Queridos hermanos, hagan esto hoy: miren su semana y pregúntense, «¿dónde puedo trabajar en la obra del Señor?». ¿Amonestar con amor a un ocioso? ¿Animar a un desanimado? ¿Sostener a un débil con paciencia? Empiecen pequeño: una oración sin cesar, un gracias en la prueba, un examen de lo que oyen para retener lo bueno. Arréglenlo con el Señor, pero no paren. Compartan esta verdad con un hermano; dejen que la semilla crezca. Recuerden, su trabajo no es en vano; Él lo multiplica.
Hermanos amados, que el Señor los bendiga, los colme de bendición, los fortalezca en el Espíritu Santo. Como Pablo, andemos firmes, constantes, creciendo en la obra. Porque hasta que Cristo venga, esta es nuestra llamada: glorificar Su nombre en todo. No se rindan; el premio es eterno.
Oremos juntos, como al final de esa carta: Padre, te damos gracias por Tu amor, Tu misericordia, por esta Palabra que nos despierta. Haz conciencia en cada corazón; que veamos si nuestro trabajo es para Tu gloria. Bendice esta enseñanza, Señor; que cada uno medite y mejore para agradarte. Todo por Cristo Jesús, nuestro Señor. Amén y amén.
El video completo del culto está disponible para verlo en YouTube si deseas escuchar el mensaje original.